"Harry Castel"
Cuatro Voces.
Arreglo dramático de Harry Castel, para 4 voces femeninas,
con textos de Lope de Vega, Lorca, Ibsen y A. Vargas.
Para la Pao, porque está allí.
Monólogo de Laurencia. Fuenteovejuna de Lope de Vega
No me nombres tu
hija.
Por muchas razones,
Y sean las principales:
Porque dejas que me roben
Tiranos sin que me vengues,
Traidores sin que me cobres.
Aún no era yo de Frondoso,
Para que digas que tome,
Como marido, venganza;
Que aquí por tu cuenta corre;
Que en tanto que de las bodas
No haya llegado la noche,
Del padre, y no del marido,
La obligación presupone;
Que en tanto que no me entregan
Una joya, aunque la compren,
No han de correr por mi cuenta
Las guardas ni los ladrones.
Llevóme de vuestros ojos
A su casa Fernán Gómez:
La oveja al lobo dejáis
Como cobardes pastores,
¿Qué dagas no vi en mi pecho?
¡Qué desatinos enormes,
Qué palabras, qué amenazas
Y qué delitos atroces,
Por rendir mi castidad
A sus apetitos torpes!
Mis cabellos ¿no lo
dicen?
¿no se ven aquí los golpes
De la sangre y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
Las entrañas de dolor,
De verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
De Fuenteovejuna el nombre.
Dadme unas armas a mí,
Pues sois piedras, pues sois bronces,
Pues sois jaspes, pues sois tigres…
-
Tigres no, porque feroces
Siguen quien roba a sus hijos,
Matando los cazadores
Antes que entren por el mar
Y por sus ondas se arrojen.
Liebres cobardes nacistes;
Bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
Sufrís que otros hombres gocen!
Ponéos ruecas en la cinta.
¿Para qué os ceñís estoques?
¡Vive Dios, que he de trazar
Que solas mujeres cobren
La honra de estos tiranos,
La sangre de estos traidores,
Y que os han de tirar piedras,
Hilanderas, maricones,
Amujerados, cobardes,
Y que mañana os adornen
Nuestras tocas y basquiñas,
Solimanes y colores!
A Frondoso quiere ya,
Sin sentencia, sin pregones,
Colgar el Comendador
Del almena de una torre;
De todos hará lo mismo;
Y yo me huelgo, medio hombres,
Porque quede sin mujeres
Esta villa honrada, y torne
Aquel siglo de amazonas,
Eterno espanto del orbe.
Monólogo de Rosita, de Doña Rosita la soltera. F.G. Lorca
Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí, pensando
cosas que estaban muy lejos, y ahora que estas cosas ya no existen sigo dando
vueltas y más vueltas por un sitio frío, buscando una salida que no he de
encontrar nunca. Yo lo sabía todo. Sabía que él se había casado; ya se encargó
un alma caritativa de decírmelo, y todo este tiempo he estado recibiendo sus
cartas desde América, con una ilusión llena de sollozos que aún a mí misma me
asombraba. Si la gente no hubiera hablado; si vosotras no lo hubierais sabido;
si no lo hubiera sabido nadie más que yo, sus cartas y su mentira hubieran
alimentado mi ilusión como el primer año de su ausencia. Pero lo sabían todos y
yo me encontraba señalada por un dedo que hacía ridícula mi modestia de
prometida y daba un aire grotesco a mi abanico de soltera. Cada año que pasaba
era como una prenda íntima que arrancaran de mi cuerpo. Y hoy se casa una amiga
y otra y otra, y mañana tiene un hijo y crece, y viene a enseñarme sus notas de
examen, y hacen casas nuevas y canciones nuevas, y yo igual, con el mismo
temblor, igual; yo, lo mismo que antes, cortando el mismo clavel, viendo las
mismas nubes; y un día bajo al paseo y
me doy cuenta de que no conozco a nadie: muchachos y muchachas me dejan atrás
porque me canso, y uno dice: “ahí está la solterona”; y otro, hermoso, con la
cabeza rizada, que comenta: “a esa ya no hay quien le clave el diente”. Y yo lo
oigo y no puedo gritar, sino vamos adelante, con la boca llena de veneno y con
unas ganas enormes de huir, de quitarme los zapatos y no moverme más, nunca, de
mi rincón.
Ya soy vieja. Ayer le oí decir al Ama que todavía podía yo
casarme. De ningún modo. Ya perdí la esperanza de hacerlo con quien quise con
toda mi sangre, con quien quise y… con quien quiero. Todo está acabado… y sin
embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto y me levanto con el más
terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza
muerta. Quiero huir, quiero no ver,
quiero quedarme serena, vacía… (¿es que no tiene derecho una pobre mujer a
respirar con libertad?. Y sin embargo la esperanza me persigue, me ronda, me
muerde; como un lobo moribundo que apretara sus dientes por última vez.
Soy como soy. Ahora lo único que me queda es mi dignidad. Lo
que tengo por dentro lo guardo para mí sola. ¿Qué os voy a decir? Hay cosas que
no se pueden decir porque no hay palabras para decirlas; y si las hubiera,
nadie entendería su significado. Me entendéis si pido pan y agua y hasta un
beso, pero nunca me podríais ni entender ni quitar esta mano oscura que no sé
si me hiela o me abrasa el corazón cada vez que me quedo sola. Sería el cuento
de nunca acabar. Yo sé que los ojos los
tendré siempre jóvenes, y sé que la espalda se me irá curvando cada día.
Después de todo, lo que me ha pasado les ha pasado a mil mujeres.
Antonia en Jardín de Pulpos, de Arístides Vargas
Uno ama un árbol porque le es útil pero ¿de qué le sirve
tener un país – en caso de que lo tenga-
¿este es su país?... Muéstreme las escrituras. ¿Ya ve? Un país es un
inmenso territorio parcelado en grandes mansiones, casas, apartamentos,
cuartos, cuartuchos, zaguanes lúgubres donde ya no hay país, sino frío y
tristeza.
Cuando niña, escuché a un presidente decir: “tienes un país,
ámalo”. Entonces yo, como era huérfana y no tenía dónde vivir, fui al Municipio
y dije: “vengo a que me den el trozo de país que me corresponde, para amarlo
aunque más no sea…” Me mandaron a otro sitio donde me preguntaron si había
pagado el agua; y a otro, que si había pagado la luz… yo era una niña. Decidí ir al Ministerio de
Gobierno y dije: “un país que cobra por amarlo, no es un país, es una prostituta”.
Me encerraron tres días: nunca más volví
a reclamar el pedazo de país que me correspondía; tal vez otro se lo agarre,
¿no es cierto? Ahora tengo una maceta y en la maceta una flor. Ese es mi país y
espero que nunca se me marchite.
Nora en Casa de Muñecas, de Ibsen. Arreglo dramatúrgico de
Harry Castel.
Siéntate; va a ser largo. Tengo mucho que decirte.
Es eso realmente lo que pasa: no me comprendes. Y yo nunca
te he comprendido tampoco… hasta esta noche. No, no me interrumpas. Vas a
escuchar todo lo que yo te diga… vamos a ajustar nuestras cuentas, Torvaldo.
Estamos aquí sentados uno frente a otro. ¿No te extraña una
anomalía? Llevamos ocho años de casados ¿No te percatas de que hoy es la
primera vez que tú yo, marido y mujer, hablamos con seriedad? Desde que nos
conocimos no hemos tenido una sola conversación seria, nunca hemos intentado
llegar juntos al fondo de las cosas.
Se han cometido muchos errores conmigo Torvaldo.
Primeramente por parte de mi padre y luego, por parte tuya. Nunca me quisisteis.
Os resultaba divertido encapricharos por mí, nada más. Cuando vivía papá, él me
manifestaba todas sus ideas, y yo las seguía. Si tenía otras diferentes, me
guardaba muy bien de decirlo, porque no le habría gustado. Me llamaba su
muñequita y jugaba conmigo, ni más ni menos que yo con mis muñecas. Después
vine a esta casa contigo… Quiero decir que pasé de manos de papá a las tuyas.
Tú me formaste a tu gusto y yo participaba de él… o lo fingía… no lo sé con
exactitud, quizás lo uno y lo otro. Cuando miro hacia atrás me parece que he
vivido aquí como una pobre… al día. Vivía de hacer piruetas para divertirte,
Torvaldo. Como tú querías.
Creí ser feliz aquí, pero solo estaba alegre y eso es todo.
Eras tan bueno conmigo… Pero nuestro hogar no ha sido más que un cuarto de
recreo. He sido una muñeca grande en esta casa, como fui muñeca en casa de
papá. Y a su vez los niños han sido mis muñecos. Me divertía que jugaras
conmigo, como a los niños verme jugar con ellos. He aquí lo que ha sido nuestro
matrimonio. Tenías razón hace un momento, aunque fuera producto de tu
excitación, cuando me dijiste que no podía educar a los niños, es una labor
superior a mis fuerzas, hay otra de la
que debo ocuparme antes. Debo procurar educarme a mí misma. Tú no eres capaz de
ayudarme en esta tarea. Para ello necesito estar sola. Y por esa razón voy a
dejarte. Necesito estar sola para orientarme sobre mí misma y sobre lo que me
rodea. No puedo quedarme más contigo, mañana salgo para mi tierra, allí me será
más fácil encontrar un empleo.
¿Qué ante todo soy esposa y madre? Ya no creo en eso, creo
que ante todo soy un ser humano, igual que tú… o al menos, debo intentar serlo
y tengo otros deberes no menos sagrados conmigo misma. Sé que la mayoría de los
hombres te darán la razón y que algo así está escrito en los libros y lo dice
la religión y las leyes, pero ahora quiero tratar de comprender por mí misma a
quién asiste la razón, si a la sociedad o a mí.
Lo lamento Torvaldo, porque siempre has sido bueno conmigo…
pero no lo puedo remediar, ya no te amo. He esperado durante ocho años con
paciencia por un milagro. Por fin llegó el día angustioso, cuando la carta con
el chantaje de Krogstad estaba en el buzón, no podía figurarme que cederías a
las exigencias de ese hombre, estaba persuadida que le dirías: “vaya usted a
contar a todo el mundo que tiene esa letra de cambio”, y cuando eso hubiera
sucedido, tenía la absoluta seguridad que te habrías presentado a hacerte
responsable de todo, diciendo: “yo soy el culpable”, pues fue para salvar tu
vida que yo contraje esa deuda, claro que yo no habría aceptado un sacrificio
semejante y por eso quería acabar con mi vida… y si piensas que pido demasiado,
que no hay quien sacrifique su honor por el ser amado, déjame decirte que lo
han hecho millares de mujeres.
Pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo pueda
unirme. Cuando te has repuesto del primer sobresalto, no por el peligro que me
amenazaba, sino por el riesgo que corrías tú; cuando ha pasado todo, era para
ti como si no hubiese ocurrido nada. Volví a ser tu alondra, tu muñequita, a la
que tenías que llevar con mano más suave aún, ya que había demostrado ser tan
frágil y endeble… en ese mismo instante me he dado cuenta que había vivido ocho
años con un extraño… tal como soy ahora, no puedo ser una esposa para ti. Aquí
tienes tu anillo, dame el mío.
Las muchachas están al corriente de cuanto respecta a la
casa… mejor que yo… ¡Ah Torvaldo! Para que dejáramos de ser extraños, tendría
que realizarse el mayor de los milagros, tendríamos que transformarnos hasta el
extremo de que nuestra unión llegara a convertirse en un verdadero matrimonio.
Sobre Cuatro Voces.
Este ejercicio actoral, estas cuatro voces provienen de
cuatro autores, hombres, que perfilan personajes femeninos con tal valentía,
ternura, pasión y sabiduría, que están siempre en el teatro que resuena dentro de mí. Cada uno, en su tiempo, diferentes
esquemas, reconstruyó paradigmas y cambió lo que el público
percibía de la mujer.
La Laurencia de Lope de Vega, arenga al pueblo de
Fuenteovejuna para alzarse contra el
tirano y desenmascara el miedo de los
hombres de la villa, que no se atreven a pronunciarse contra el abuso, la
injusticia y la violencia contra las mujeres, ella habla del derecho a la
rebelión en una época en que la vida de los campesinos dependía totalmente de
los grandes señores.
Lorca presenta su Doña Rosita, como el drama de la
cursilería y la mojigatería española: “He aquí la vida cursi de mi doña Rosita.
Mansa, sin futuro, sin objeto, cursi… es la vida mansa por fuera y requemada
por dentro… es el drama del ansia de gozar que se ha de reprimir por fuerza en
lo más hondo de su entraña enfebrecida”.
En este ambiente mojigato e intolerable, la Rosita lorqueana habla de lo
que la sociedad de su época no puede ni quiere escuchar.
Y luego viene Antonia, alegre, apátrida, loca, llena de la
poesía de ese mago contemporáneo que es Arístides Vargas. Antonia que en Jardín
de Pulpos, pieza sobre los desaparecidos en las tiranías latinoamericanas,
prefiere tener un árbol que tener un país, tener una flor que tener una patria,
Antonia que es el retrato de muchas mujeres en Latinoamérica, guardianas de la
memoria.
El monólogo de Nora, de Casa de muñecas cierra la escena. Ibsen habla
por primera vez en el teatro sobre los roles que la sociedad impone a la mujer, sobre la igualdad de derechos,
sobre la necesidad de autodescubrirse, pero lo más escandaloso y razón por la
que esta pieza fue duramente criticada y
considerada no apta para señoritas decentes y señoras casadas, fue que Ibsen
habló sobre el divorcio; una mujer, Nora, que deja su rol de esposa y de madre,
para salir en busca de si misma, una falta imperdonable.
Cuatro hombres y cuatro mujeres, cuatro voces: ¿son
la influencia de las mujeres en la vida de estos hombres? ¿son
un retrato o un recuerdo de mujeres que conocieron? ¿un homenaje? ¿son
su propio espejo femenino? Todos,
hombres y mujeres, podemos sentirnos identificados con esas voces, porque como
dice Nora: “ante todo, soy un ser humano…
igual que tú”.
Jennifer Valiente/ Harry Castel.-
Cuatro Voces
Arreglo dramático de Harry Castel para cuatro voces
femeninas.
Para la Pao por estar allí
I.
Monólogo de Laurencia. Fuenteovejuna de Lope de
Vega
II. Monólogo
de Doña Rosita. Doña Rosita la soltera de F.G. Lorca
III. Monólogo
de Antonia. Jardín de pulpos de Arístides Vargas
Monólogo de Nora. Casa de Muñecas d